Pax Vobiscum

Mayte Castro Alonso · Valencia 

Salí del despacho después de haber pasado un día estresante entre tribunales, vistas, interrogatorios y visitas desagradables. Llovía torrencialmente y no tenía paraguas. Me quedé en la esquina de la calle durante más de media hora esperando inútilmente a que pasara un taxi. Un coche se aproximó velozmente y convirtió el charco que estaba a mi lado en un tsunami. Mojado, sucio y cabreado, tuve que irme a casa andando bajo aquél diluvio despiadado. Cuando llegué, llamé al timbre porque se me habían perdido las llaves por el camino. Mi mujer me abrió la puerta y sin molestarse en averiguar por qué tenía ese aspecto de sardina degollada me dijo: “Llegas tarde, como siempre”. Pensé en lo ingrato de la vida y me pregunté: ¿Por qué no me hice cura? Con lo feliz que sería yo ahora rodeado de velas y monaguillos…

 

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