Miradas

Sara Rodriguez Caro · Madrid 

Desde el principio me hechizaron sus ojos, me sentía afortunado de que confiara en mí. Ella pensaba que podría librarla de la cárcel aunque sus huellas estaban por todas partes. Tal vez podríamos justificarlo pues era su esposa. Bajo juramento lo negó una vez más. La resaca no la dejaba pensar con claridad y las contradicciones fueron detectadas por aquel mustio jurado. Desde el asesinato de su marido, el alcohol era su mayor confidente. Al llegar a casa marqué su número, oí su voz y colgué rápidamente. No sería muy profesional invitarla a cenar. Sólo debía ser paciente y convertirme con una gran defensa en su héroe. Todavía recuerdo como en un descuido dejé caer mi tarjeta en su bolsó. Era cuestión de esperar el momento justo. También recuerdo como él pedía socorro mientras se desangraba, en ese momento llegó ella, esos ojos… ya solo me mirarían a mi.

 

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