Mala pasada

María R. García de Arriba · León 

No puedo dejar de mirarle. Está ahí sentado, embutido en un traje color mandarina, esperando impertérrito la llamada salvadora del Gobernador que puede conmutar su pena. Pero la luz roja no se enciende. En los veinte minutos que han pasado, solo un leve movimiento de su columna vertebral revela que bajo esa piel macilenta corre un hálito de vida. Se gira para comprobar que las manecillas del reloj están a punto de pregonar el vencimiento del plazo. Es precisamente en ese momento cuando se levanta, y observándonos con sus ojos glaucos y sin pestañear, se dirige hacia los allí presentes: -Señoras. Señores. Les advierto que queda un minuto para finalizar la prueba. En cuanto suene la campana, dejen los bolígrafos sobre la mesa. ¡Maldita sea! Toda la noche en vela estudiando como un loco y me pongo a soñar justamente en pleno examen de Derecho Internacional.

 

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