Eterna complicidad

Enrique Espejo Torija · Collado Villalba (Madrid) 

Fuimos uña y carne en la facultad de derecho. Nunca pensé que llegaríamos a esto. Ni el juramento de eterna complicidad puede ahora inundar mis pensamientos. Sólo puedo ver tus ojos, tus temibles pero precisos ojos de siempre. En el banquillo, anhelando socorro. Clamando, sin pedirlo, una clemencia que de mí no tendrás. Volver al principio y pensar en lo que has hecho, de nada ayuda. Te conocí. Y sé que lo que dicen es cierto. Susana, la chica de tercero que tú y yo conocimos aquella tarde en la cafetería saltándonos la clase que odiábamos, ya no está. Y tú y la resaca de tus malditos celos son los causantes de ello. Esos celos que nos alejaron absurdamente durante los años en los que me saqué la plaza de juez. Ha llegado mi momento y vas a pagar por ello. De amigo a número, de confianza a desprecio.

 

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