EL REGRESO

JESÚS LUQUE MANZANO · Estepa (Sevilla) 

Todavía recuerdo aquella expresión cuando la metieron a tirones en un coche oscuro. Todo sucedió muy deprisa. Como había dormido poco y bebido mucho, la resaca nubló mi vista, y no pude anotar el número de la matrícula. En aquella cala solitaria —mi abogada y yo, un cuentista, éramos los únicos veraneantes en esos momentos—, era inútil gritar «Socorro». Minutos después fui a una comisaría para denunciar el secuestro de mi querida. Al principio no me creyeron los policías; mis ojos enrojecidos reflejaban cansancio, y mi declaración era una especie de balbuceo lleno de vacilaciones. Pasó una semana… y otra… y otra… un mes… Desesperado ante el silencio de la policía, decidí romper mi juramento. Subí las escaleras, entré en el cuarto de la azotea, abrí una caja empolvada, me puse mi traje de superhéroe y salí volando. «Ella librará inocentes de la cárcel y yo atraparé culpables» —pensé.

 

 

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