El incensario

Fernando Rodríguez Areces · Alcalá de Henares (Madrid) 

Ayer nos estábamos comiendo las uvas y ya estamos en febrero; dentro de nada enterraremos la sardina y enseguida llegará Semana Santa, que siempre me recuerda mi época de monaguillo y de cómo me abría paso entre la multitud, moviendo y agitando el incensario, para colocarme justo delante de las rejas de la vieja cárcel, entre los presos que aguardaban dentro y el paso del Cristo, al que saetaban a unos escasos dos metros de los barrotes. Tenía sólo siete años, pero la intranquilidad que me inspiraban aquéllos hombres se veía recompensada con la importancia que me daba por la posición privilegiada alcanzada. Un Parador Nacional ha sustituido ahora la vieja prisión, igual que los barrotes han sido cambiados por cristal blindado que, como si de un paraguas se tratara, me tienen a resguardo de los internos, a quienes preparo e informo, con vistas a su interrogatorio ante el tribunal.

 

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