El gorrión
Isabel Herrero Nava · MadridAlmorzaba en la ventana más estrecha y discreta del juzgado. La única que podía abrirse; daba migas a un gorrión y, al poco,no era el único pájaro que acudía. El planeta y el tiempo se detenían para él en esos instantes. El secretario le advirtió: «como alguno se cuele, clausuro la ventana». Comunicativo sólo en temas de trabajo,nunca entabló amistades; pendía sobre su cabeza la espada de la interinidad y,acaso por autoprotección,se aislaba. Con los años pareció integrarse pero un día supo -como fallo inapelable- que su plaza había sido concedida. Debía irse. Se fué al día siguiente: sin infundir la más mínima sospecha,se dirigió a «su ventana», la abrió y saltó. En trágica procesión desfilaron todos asomándose incrédulos, silenciosos, impotentes. Ahora, torres de expedientes ocultan la ventana. Nadie habla del interino. El gorrión, no acude.