El ejercicio racional de la Justicia

Manuel Moreno Bellosillo · Madrid 

Sometido al hábil interrogatorio del verdugo, el monaguillo confesó el robo del cepillo dominical; de nada sirvió el alegato de su abogado de que el dinero lo había sustraído para comprar un paraguas a su madre enferma y una lata de sardinas a sus hermanitos famélicos, el crimen resultaba abominable y el tribunal no dudó en condenar al niño. Primero fue azotado hasta que su espalda acabó desollada. Después le quemaron las palmas de las manos con ácido y le amputaron los dedos. Le abrasaron la lengua con un hierro al rojo y le arrancaron los dientes con unas tenazas. Le clavaron agujas incandescentes en los ojos y le cortaron las orejas. Finalmente fue descuartizado por cuatro caballos enfurecidos tirando de sus extremidades y sus restos colgados en la plaza mayor para que sirviera de escarmiento para otros criminales. Sin embargo, cada domingo se siguió sisando dinero del cepillo.

 

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