AIRE

Ana Padierna Carcedo · Madrid 

Su casa se había convertido en un hotel, por mor de las idas y venidas del cada vez mayor número de vecinos que se intalaban, que dejaban su huella sonora a cada momento, perturbano su inestable paz interior, que se esfumaba como las burbujas en un vaso de gaseosa. El recibo del IBI, que ya había sido cargado en su cuenta, fue como la puntilla que le encadenaba a aquel terrible lugar. Se repuso y tras la reflexión, decidió irse y alquilar su vivienda. Ponerles en el banquillo, no era la solución, pues el pacto común de destruirle, debería ser refrendado por un juez que podría ser uno de los suyos. La providencia quiso que al día siguiente de anunciarse en internet, recibiese tres llamadas, una de ellas de un saxofonista, profesor de la escuela de música, que también admitiría alumnos a domicilio.Firmaron.

 

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