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VICENTA FLOR GIL 

Era uno de esos días odiosos de poca clientela y mucho ruido. Cerca del bufete tenían pensado construir un bloque de viviendas con los inconvenientes que conlleva: gritos, polvo de materiales de construcción, mobiliario urbano levantado, en definitiva, imposible concentrarse. A punto de autocomplacerme con un día de asuntos propios –el resto eran para asuntos varios–, recibí una curiosa llamada. No me extrañó que fuese del arqueológico –tengo un amigo allí–,pero sí lo que querían: un encargo sobre inmigración, afortunadamente una de mis especialidades.

–¿Un indocumentado? –pregunté para situarme.

–No exactamente, sabemos quién es –contestó el director.

–¿Qué papeles trae?

–Más bien, papiros.

–Un tipo resiliente –solté con sorna.

–Sígame y lo entenderá.

Me condujo por múltiples pasillos hasta llegar a un salón repleto de objetos del antiguo Egipto.

–Ahí lo tiene –señaló con tristeza.

En una enorme vitrina, una extravagancia harapienta sentada jugueteaba con su canope.

 

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2 comentarios

  • Al intentar construir puede removerse el pasado y, con él, volverle presente. Unas obras han traído a un personaje del tiempo de los faraones a los nuestros. Si se le aplicase la legislación vigente, un mundo en todo distinto al de la antigüedad, sería alguien sin papeles, a pesar de sus peculiares antecedentes. Las dudas de los arqueólogos y la perplejidad del abogado son comprensibles.
    Un saludo y suerte con este imaginativo relato.