Desahuciado

Jara Rupérez Martínez · MADRID 

El día «D» había llegado. El funcionario se armó de valor aún a sabiendas de que no llevaba la razón. El denunciado había solicitado la dación en pago y como no se la concedieron se negaba a abandonar la que hasta entonces había sido su casa. Llamó a la puerta. Una, dos, tres veces. Nadie le abrió. Los policías que le acompañaban empujaron la puerta para que él pudiera acceder a la vivienda. En el transcurso del forcejeo perdió un botón, una baja miserable pensó; ejecutar una expropiación es como ir a la guerra y siempre hay soldados caídos. Dentro pudo ver al denunciado, tocaba el saxofón, como esos músicos del Titanic que decidieron hundirse con su barco… A su lado, el abogado fumaba en pipa, era la tabla de salvación a la que el naúfrago pretendía aferrarse. Parecía tranquilo…

 

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