Turno de oficio

Félix Amador Gálvez · Moguer (Huelva) 

Satrústegui sintió un calor viejo en los nudillos y una hoguera en el corazón. Sentía que hacía fluir la vida en dirección equivocada cada vez que actuaba de manera apasionada, sin pensar con la cabeza. Esta vez Pepa no le iba a perdonar. Habían sido ya demasiados golpes, demasiadas veces y demasiados perdones. En el menú de su matrimonio ella ponía comprensión y él violencia. La única absolución a la que podía aspirar era la promesa de no hacerlo más. La clave estaba en cambiar. Pero cuántas veces había cambiado él, cuántas se había vuelto a convertir en aquel marido ideal. Satrústegui levantó los ojos y miró al juez, instando a la defensa a exponer su alegato. Cerró los párpados, suspiró y tragó saliva. Debía cumplir con su trabajo: defender al maltratador, intentar que saliera impune del pleito y cobrar la comisión del turno de oficio.

 

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