SEÑA DE IDENTIDAD

Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

“Señoría, deben pagar por cuanto hicieron. Aunque siempre podremos divertirnos imaginando quiénes seríamos si hubiéramos vivido con nuestra verdadera familia”. Recuerda otra vez el alegato del letrado. Debió abstenerse en este pleito. O arrojar los autos a la hoguera. Ya es tarde. Demasiadas emociones. Ancianas mostrando fotos en blanco y negro de bebés robados. Hombres hechos y derechos deshechos en lágrimas. “Nos decían que nació muerto. Lo vendieron por una miserable comisión”. País de pícaros. Abusar del instinto maternal y la pobreza. Todo para curarse las cornadas del hambre en restaurantes de menú completo. El magistrado repasa las pruebas. De pronto, en la cara arrugada de una víctima, descubre la seña de identidad que marca su propio rostro. Cuarenta años después, la clave. Apenas siente nada. Quizá la satisfacción del deber cumplido. Ahora solo le queda hacer justicia. “En nombre del rey. O de esta mujer: mi madre”.

 

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