Hambre de venganza

Gemma Mª Ortiz López · Gijón 

María llega nerviosa al cementerio con su ramo de flores. Quizá semejante ofrenda calme la sed de venganza del joven de ojos azules que mira desde la fotografía que hay en la lápida. En la causa el juez había escuchado su argumento y creía que el caso merecía el sobreseimiento, pero no era culpa de María. Cerrando los ojos depositó las flores y le pidió en silencio que la dejara en paz. Odiaba verle en el pasillo, cuchillo y tenedor en mano llevando esa horrible servilleta al cuello como si fuera un babero. También se le helaba la sangre al verlo sentado a la mesa frotándose las manos. Realmente había tenido una muerte dulce. ¿Qué mejor que ser guisado y saboreado por tu novia? María no tenía la culpa de que su hermano fuera esquizofrénico, pero era otra parte buena porque en la cárcel recibía la ayuda que necesitaba.

 

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