El infalible

Manuel Pablo Pindado Puerta · Leganés (Madrid) 

Dejé atrás los viejos archivos que ya nadie usaba y doblé la esquina. Avancé entonces por un pasillo sucio, mal iluminado. La atmósfera se espesaba a causa de la humedad y la mala ventilación, pero me obligué a seguir. Tras forzar los tres cerrojos de la puerta pude confirmar los rumores. Palacios tenía en su despacho un pequeño altar para ofrendas, con imágenes de dioses paganos, extraños, rodeadas de cirios a medio consumir, algunos aún encendidos. Siniestros olores, que ni pude ni quise identificar, se mezclaban con el de las velas. La decoración la completaban fotografías de jueces, fiscales y acusados, varias de ellas pintarrajeadas con símbolos desconocidos. La sangre bajo el altar y la pasante desaparecida explicaban ese último sobreseimiento, aparentemente imposible. Palacios el infalible, le llamábamos. Saqué del saco el tembloroso conejo y le pedí perdón, con el afán de ganar mi primer caso como único argumento.

 

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