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Luisa Pastor Martínez 

Mientras esperas que el juez salga, preparas tus argumentos para defender tu primera causa, en la que sólo buscas el sobreseimiento. Confiado, recuerdas la fiesta que hiciste para celebrar tan esperado debut. Rememoras las risas con tus amigos, también recién licenciados; los cánticos que evidenciaban vuestro excitado ánimo. Pero sobre todo, traes a tu mente la melena morena y los ojos verdes de la misteriosa mujer que acabó contigo la noche. Recreas su cuerpo, entregado a ti como una ofrenda pascual, sus palabras, sus expertas manos. Todo te parece tan real que cuando, como una fotografía, la ves frente a ti, no dudas en acercarte y acariciarla, no mucho, ya que el alguacil de la sala se lanza contra ti y te recuerda, con cierta dureza, que evites contacto físico alguno con la jueza que instruye el caso. Tú, entonces, no puedes evitar la risa floja.

 

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