¿Sin libertad?

Alfredo Casquero · Madrid 

El juicio comenzó más tarde, a las 13 horas. Vestida con un conjunto fucsia, fumaba semioculta en la ventanilla que fue un día de cristal, y que ahora, tras años de cigarros escondidos, parecía más un muestrario de fauna y flora que un simple pedazo de vidrio. Apartada y absorta en el dolor de tantos años de silencio y ocultamiento, meditaba sobre sus últimos meses de vida en común. Antonio D. había muerto tras absorber como una esponja más güisqui en dos horas que el que ella bebió en toda su infeliz vida. En el bufete nunca la creyeron. Pero no lo mató, aunque hubiera muerto para ella desde el primer puñetazo. La condenaron. Algo más de diez años de prisión. Pero se sentía dichosa. En la cárcel, con su vestido fucsia y el cigarro de su independencia, se maravilló de que una minúscula celda pudiera darle tanta libertad.

 

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