Póquer de ases

Nuria Gómez Lacruz 

Bajo la sala de vistas, en un sótano lúgubre alumbrado por doce cirios, se celebraba una timba entre tres jugadores. Aguardaban su turno mirándose con recelo. La partida se regía por un código secreto de honor. El más alto, el fiscal, puso doce fichas sobre la mesa; el más enjuto, el Juez, igualó la apuesta y añadió cuatro más. Mientras tanto, el acusado miraba sus cartas sin pestañear, con oficio. Hizo cálculos: dieciséis años de cárcel sobre el tapete. Con su póquer de ases parecía un negocio seguro, y aceptó. Mostró su jugada. Batió al full del fiscal. El acusado sostenía la mirada del Juez, que permanecía atónito, con tres ases más entre sus dedos. «Tiene valor, sabe que las trampas se pagan con la perpetua», pensaba el Juez. Sin saber por qué, ocultó su trío y dijo: «Tu boleto gana. Sólo llevo dos reyes. Te declaro inocente».

 

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