Fallo

David Villar Cembellín · Castro Urdiales 

Sopesé de nuevo el libro en mis manos. “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, la luz rielante de los cirios dibujando sombras sobre su arrogante título. Todos habían ofrecido sus razones ya, era mi turno. Yo, autoridad absoluta, juez supremo de la Congregación del Santo Oficio. ¿Y qué esperaban que hiciera, eh? Ese loco había comprado su propio boleto para la cárcel en el mismo momento que puso en tela de juicio el geocentrismo de Ptolomeo. El negocio celestial siempre había sido –y debería seguir siendo- negocio exclusivo de la Iglesia. Per saecula saeaculorum. Engolé altivamente mi voz para dictar la sentencia, tan evidente como inexorable: «¡Galileo Galilei, prisión de por vida!», fallé. ¿Y podréis creerlo? Aún me pareció escuchar en última instancia un leve susurro en boca de ese reo petulante y soberbio: «Eppur si muove».

 

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