Detiene el vehículo a la entrada del asentamiento y durante unos segundos duda si seguir adelante. Por fin se decide y sale del coche. Es su trabajo. Se dirige al lugar con paso lento y un estado nervioso que intenta disimular. Sus zapatos se hunden en el barro. Según avanza, comprueba que el suministro eléctrico es inexistente —en el interior de algunas chabolas titilan las velas, el recurso para ver algo—y unos niños desnutridos juegan a dar patadas a un balón desinflado, a pesar de la hora tardía. Por desgracia, sucumbirán a la etapa de crecimiento. La pobreza está ahí, no necesita más luz. Hay hambre, hambre física y hambre de justicia. Y él se pregunta cuál es la manera de proteger a esta gente abandonada a su desgracia. Mientras emprende el camino de vuelta, recuerda las palabras de su mentor: “Muchacho, para eso sirve ser abogado”.
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Los buenos deseos suelen toparse con el mismo problema: la realidad es tozuda y siempre parece que todo está por hacer. La pobreza no solo existe en países que nos parecen remotos, muchas veces la tenemos a la puerta de casa, como es el caso de los asentamientos en las ciudades.
Este abogado cuenta con la inquietud de utilizar su oficio para intentar paliar un poco una situación injusta. Seguro que encuentra alguna fórmula. Su mentor tiene razón.
Un relato que incide en la conciencia y mueve a la acción.
Un saludo y suerte, Miguel Ángel
Buen relato Miguel Angel. Enhorabuena y mi voto.
Miguel Ángel, hemos coincidido en la historia, pero la hemos contado con estilos diferentes.
Mucha suerte y te dejo mi voto.
Besos apretados.
Pues a ponerse a ello antes de que sea demasiado tarde.
Mucha suerte, Miguel Ángel.