Sin manos

Maria Dolores Rubio de Medina 

Camino del Juzgado, me senté en una mesa de la terraza del restaurant Gourmet. A unos pasos, jugaban unos niños. Uno de los críos, volaba, los brazos extendidos en cruz, sobre el sillín de su bicicleta. Un perro, ladrando, con el pelambre alborotado, se le cruzó. El niño se balanceó sobre el armatoste, quiso asir, a la desesperada, el manillar, hizo un giro extraño y aterrizó en mi plato de sopa. No sé que me provoca más desasosiego: transitar por esta ciudad llena de bicicletas, advertir el cariño con que los viandantes pasean a sus perros o recordar la crisis de nervios que sufrió su Señoría cuando deposité sobre su mesa el expediente de la apelación salpicado de fideos.

 

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