Praça do comerço
Ignacio Rodríguez Alemparte · El Médano, TenerifeA Gumersindo Castrelos le llegó el instinto paternal bien pasada la cuarentena, mientras redactaba una sentencia en su despacho. Levantó la cabeza, miró la pintura de la pared, firmó el acta y decidió de pronto que el mundo necesitaba su herencia genética. Gumersindo era magistrado en Verín y siempre había demostrado una afecta prevención hacia el sexo opuesto. No conociendo mujer (ni habiéndosele conocido nunca), emprendió una metódica peregrinación por los centros sociales, casas de citas y teleclubs de la comarca buscando una hembra de constitución adecuada. Conoció así a mi madre, Ceferina Silveira, cantora portuguesa venida a menos, de piel blanca como la nieve y amplias caderas y la convenció, según me contaron, por setenta duros. Nunca supe de ella. Todo su amor tardó cuarenta años en llegarme, cuando una anciana andrajosa se me aferró por las calles de Lisboa. -“¡O meu fado! ”, repetía llorando, hasta que comprendí.