Pequeño poema infinito

Isidro Catela Marcos · Madrid 

Llega el magistrado con la Constitución bajo el brazo. La coloca sobre la mesa y al abrirla aparece un libro brevísimo de poemas que estaba escondido, como si fuera un marcapáginas, en la primera sección del capítulo segundo. Me pregunta, entonces, si las jovencitas de ahora conocemos a Federico García Lorca. Algo he oído. Sonríe y me dice que, si además de haberle oído, he llegado a leerle. Equivocar el camino / es llegar a la nieve… O los cuatro muleros, o quizá ese llanto de las cinco de la tarde que recita todo el mundo. No, no lo he leído. Me entrega el libro y me asegura que es la mejor prevención contra el delito que conoce. Me pide que lo lea despacio y que busque entre sus hojas un verso con el que, como condena, pueda llenar de pintura y poesía las paredes del parque.

 

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