La Injuria

Valentín Alvite Gándara · Milladoiro-Ames, A Coruña 

Querellante y querellado compartían un sector económico de éxito: la participación en programas televisivos y la venta de exclusivas. Sentado de espaldas a una pintura con la dama de la balanza y haciendo uso de su prevención habitual, el abogado acusador reorganizó algunos documentos y prosiguió. Reclamaba para su cliente el derecho al honor, recogido en la Constitución. El querellante acusaba de injurias a su hijo por haber afirmado éste que su progenitor había sido ludópata, pendenciero, libertino, holgazán y un padre irresponsable. Con la nieve de la senectud rociando sus cabellos, el querellante admitió ante la magistrada todos los excesos de una vida poco edificante, pero afirmó rotundamente su ejemplaridad en el cumplimiento de los deberes inherentes a la procreación. Dejaba a su vástago la mejor herencia: su biografía. ¡Hablando mal de su padre, aquel hijo tendría una vitalicia fuente de ingresos a salvo de turbulencias financieras!

 

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