El retrato

Manuel de la Peña Garrido · Madrid 

Aquel retrato, expuesto en la galería de presidentes del Tribunal Supremo, comenzó a cuartearse. Decenios antes del fenómeno, el magistrado posaba togado, con las insignias del cargo y una constitución abierta entre las manos. El pintor lo miraba fijamente tras el lienzo. Sentirse observado incomodaba al juez; más aún por ojos tan desafiantes. Mantenía cierta prevención, pero no reconoció en la altiva mirada, heredada por el artista, la de una de sus numerosas víctimas: un abogado que sabía tanto sobre él como para haber dinamitado su carrera. Logró que lo ejecutaran. Al cabo de los años, una pintura consumó la venganza: bajo el retrato superficial, surgió otro de un monstruo sosteniendo un memorial con sus crímenes en vez de la carta magna. El magistrado fue deshonrado a título póstumo. Su cuadro, trasladado a la Escuela de Criminología. El juicio inapelable de la Historia lo había arrastrado como alud de nieve.

 

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