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Carolina Navarro Diestre 

Llevo años como personal de seguridad. Me encargan los trabajos más peliagudos del juzgado, cuando toca escoltar narcotraficantes o asesinos en serie. Entonces me coloco tras los acusados y vigilo que en un arrebato no quieran atacar a la parte fiscal. Mi gesto es circunspecto; mi brazo, certero. Ante cualquier conato de confrontación, me muevo con resolución y sin mediar palabra, ¡bum!, ¡zas!, ¡inmovilizado! Yo acontezco la ley cuando fracasan las palabras, la justicia en ausencia de consenso. Por desgracia a veces no existe otra alternativa que la violencia. Con los años, además, he desarrollado un sexto sentido. Son tantos los juicios presenciados, tantas las horas procesales y los alegatos interminables, que soy capaz de adivinar las condenas de los acusados con una desviación menor a un año. Antes de que el juez descargue su mazo, yo acierto la pena. Soy infalible, os lo aseguro. Y este lo tiene crudo.

 

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