Imagen de perfilRaimundo y Manuela

Javier López Vaquero 

Al caer el sol quedábamos en la misma cafetería y en una mesita junto al acuario, escondimos nuestro amor. A mí no me importaba que él fuera vendedor ambulante y a él que yo fuera abogada, la primera de mi linaje.
La confrontación entre nuestras familias venía de antaño y la única alternativa era la clandestinidad.
Estaba acostumbrada a mediar en conflictos de derrumbes de chabolas, así que cogí el caso, voluntariamente, a pesar de las amenazas, las noches sin pegar ojo, los jirones que pendían del corazón por esos enganchones. Hasta que llegó la resolución que salvaba las viviendas. El consenso en el poblado fue unánime a favor de la paz.
Hace frío al salir del local. Me coge la mano suavemente y nos besamos, con dulzura, sin vergüenza. Ahora una Heredia y un Salazar ya no tienen que ocultar su amor.

 

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