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Eloy Serrano Barroso 

Estoy preparándome las oposiciones a magistrado. Es una rutina desesperante, aislado del mundo, y ese obsesivo regar la cabeza con chorros de lenguaje jurídico. Decidí entonces comprarme un loro. Pensé que con su capacidad para reproducir los sonidos que escucha, me haría más compañía que cualquier otro pájaro. Y como acostumbro a leer las lecciones en voz alta, en el salón de la casa de campo familiar, es allí donde el loro, fuera de la jaula, encaramado al marco del retrato del abuelo —ilustre jurista—, sigue atentamente mis declamaciones, dando cabezadas que parecen de asentimiento. Pronto fue capaz de pronunciar palabras como: delito, arrendatario, pena… Incluso se atreve con ¡USUCAPIÓN!, y parece que me está insultando. Pero más sorprendente, y temible, es cuando ha empezado a repetir no lo que digo, sino lo que pienso: “tu novia te va a dejar”, “vas a suspender, vas a suspender…”

 

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