Imagen de perfilDEFENSA INFERNAL

Benedicto Torres Caballer 

—¡A disfrutar! —dijo inexpresivo el gerente entregándome una bolsa con la documentación del viaje.
Al comienzo, dudé sobre trabajar en aquel lúgubre bufete, pero la sustanciosa nómina y una extraña facilidad para conseguir absoluciones de crueles asesinos me animaron a proseguir durante años. Después de atravesar el escalofriante pasadizo que finalizaba en un pestilente callejón, me dirigí al aeropuerto. Ya en tierra, un siniestro hombrecillo de roja indumentaria me acompañó al todoterreno que condujo con furia por una trocha, atropellando despiadadamente cualquier animal que cruzaba.
—¿No nota olor a azufre? —dije frotándome la nariz.
De repente frenó ante una mansión en plena selva.
—Loción para mosquitos… El rey le espera —dijo sonriente.
Trasvasé una inmensa puerta barroca; dentro, innumerables puertas semiabiertas dejaban entrever simiescas figuras que gemían de dolor en ardientes fumarolas y lloré ante tamaña angustia. Entonces, grité desesperado: “¿A quién debo defender?”. Y resonó una carcajada con cerrojazo.

 

+4

 

Queremos saber tu opinión