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LOURDES ASO TORRALBA 

A tres días de finalizar el año, los Recursos que estaban listos para la vista me gastaron la absurda broma de desordenarse, convirtiendo mi mesa de trabajo en un circo. El sospechoso podía ser cualquiera descontento con una sentencia, los alegatos finales en el juicio, una notificación indeseada o simplemente, tenía ganas de definir la palabra inocente en mis propias carnes. Mi propósito inmediato fue arreglar el desastre. Llegué a la sobremesa de Año Nuevo y allí estaba mi cuñado con su corbata perfectamente anudada. No llevaba las puñetas porque su mujer había elegido un color que no iba a juego. Su sonrisa maliciosa y las preguntas sobre el caso en el que cada uno defendíamos a la parte contraria, lo delató. Lo felicité con varios golpecitos y, solo cuando le presenté la demanda (con grabación de vídeo donde aparecía él), escupió los turrones al comprender que había perdido.

 

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