Un castigo

Inés González Soria · Madrid 

El juicio no duró más de veinte minutos. Sentencia absolutoria. No hubo pruebas que pudieran incriminarme porque el profesor de Martina mintió en su declaración a cambio de los quince mil euros que le dí. Me pareció ver a Martina junto al cartel de las tarifas en la entrada del aparcamiento de la Audiencia, pero esa niña está muerta, asumí que la tensión me estaba jugando una mala pasada. Subimos al coche y, al pasar por la explotación ganadera donde enterramos su cuerpecito, oí la voz infantil decir:“Para aquí, aquí estoy yo». Agarré el volante con fuerza e intenté calmarme. Miré al profesor de reojo y parecía tranquilo, ensimismado con la pantalla táctil de su móvil, así que encendí la radio y subí el volumen. Una hora después llegamos a su casa y, mientras se bajaba del coche, me preguntó: “¿has oído antes lo mismo que yo?”

 

 

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