Otoño

María de León Hernández 

El otoño siempre le había transmitido esa paz que no encontraba en el resto de estaciones. El dulce caer de las hojas, los ocres y marrones, los tranquilos atardeceres. El otoño ejercía sobre ella ese poder sedante del chocolate caliente, de los instantes previos al sueño. La pantalla de su teléfono táctil parpadeaba; era él, suponía que nervioso porque al día siguiente les notificaban esa sentencia que condicionaría la vida de su viejo profesor de Historia del Derecho para siempre. Aun recordaba la primera vez que visitó su despacho, ese cartel dorado sobre la mesa indicando su ilustre nombre y ese rostro sereno que no dejaba entrever, en absoluto, la explotación intelectual a la que después sometería a sus alumnos. La había elegido a ella para defender su causa, y por mucho que miraba a través de su ventana, no era capaz de encontrar el otoño por ningún lado.

 

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