Reincidente

Antonio Anasagasti Valderrama · Cádiz 

Cuando crucé el puente camino del juzgado, vi a un hombre vestido con un mono verde salpicado de pintura y cemento, tambaleándose con una calabaza sobre sus hombros por cabeza. Pensé que el no haber dormido en toda la noche redactando el recurso de apelación me había nublado la mente y me froté los ojos. Estaba convencido que mi cliente, Laura, era inocente y no podía dejar que la condenaran por intento de asesinato, sólo porque se le resbaló la maceta de geranios mientras la regaba y cayera justo sobre la espalda de su marido que llegaba en ese momento borracho a casa. Pero unos metros más allá, se agolpaba la multitud alrededor de un albañil tendido en el suelo, aturdido, que desprendía un fuerte hedor a aguardiente. De pronto, apareció Laura y me hizo señas, pidiéndome que guardara silencio.

 

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