Juicio ganado

David Vivancos Allepuz · Barcelona 

Nada más conocerse el veredicto, el abogado celebró que su defendido había sido declarado inocente levantando los puños hacia el cielo. Atravesó la sala corriendo, dibujando en el aire un vientre abultado y llevándose el pulgar a la boca. Tras abrazarse al alguacil, quien se arrodilló simulando limpiarle las botas, se levantó la toga para mostrar su camiseta color calabaza con un mensaje de apoyo a un colega recién jubilado. Ejecutó un pase torero, disparó balas invisibles al techo, hizo el puente y gateó hasta su cliente. El acusado, con el rostro nublado por una expresión sombría, le recordó que la acusación presentaría el oportuno recurso. Ni caso. Dio unas cuantas volteretas acrobáticas hasta el estrado, al modo de los gimnastas olímpicos que cierran su ejercicio con una gran diagonal, besó su alianza y clavó una rodilla en el suelo, imitando al arquero que tensa su arma, delante del juez.

 

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