Un pequeño juicio

Francisco Javier Rubio Lerga · Tudela (Navarra) 

Juan, mi hijo pequeño, haría las veces de traductor. Afirmaba entender a la marmota, y su ayuda sería inestimable en caso de llamarla al estrado. Mi mujer sería la jueza. Tenía un aspecto temible con la cuchara de madera a modo de martillo, y la bata abrochada a la cintura. Yo, afamado Fiscal del Estado, sería esta vez un fiscal casero. La idea, y el reparto de papeles fueron de mi hija Laura. Se reservó el papel de abogada defensora, una Ally MacBeal pecosa de 8 añitos. Comenzado el juicio hice un alegato conciso y enérgico. Las pruebas eran claras, unos botes de mermelada rotos llenos de pelos de marmota, pero sería clemente, una fianza y listo. Me gire y sonreí a Laura. Ella, solemne, dijo, ¡el fiscal y la jueza están liados, mi cliente no tiene un juicio justo!. Me sonrió. Lo había planeado desde el principio.

 

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