Su último alegato

Eduardo López Martínez · Las Palmas 

Era un día de lluvia. Los abogados defensores con escasos recursos, a diferencia de aquéllos otros que calzan lustrosos mocasines americanos, siempre sienten la lluvia por los pies; concretamente por el agujero del calcetín. El tráfico colapsado sólo permitía avanzar a paso de tortuga. El reloj no perdonaba. Era su gran día: por fin un juicio por asesinato. Periodistas, familiares, flashes, televisión, colegas curiosos y ociosos se agolpaban en la entrada de la audiencia provincial. El -protagonista de la historia- encerrado en su mugriento coche sin encontrar aparcamiento. Un triste indicio más del caos en que su vida se había convertido, pensó en soledad. Por fin pudo acelerar y salir del atasco; lo hizo sin reparar en el peatón con paraguas que se le cruzó repentinamente. La lluvia, la inercia y la casualidad pusieron el resto: acababa de matar al único testigo de la acusación. Había concluido su último alegato?

 

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