Pasen y vean

Mayte González-Mozos 

La corbata no era lo único que le ahogaba. Un alegato le tenía absorbido el coco. Aquella tarde decidió tomársela libre. Cogido de la mano, y al paso de tortuga de su hijo, se dirigieron a las gradas donde mejor se viera el espectáculo; cerca de la arena, lejos de su último caso. Disfrutaron embelesados. Al terminar la función la lluvia mojó las piernecitas y los calcetines del niño, y a él se le aguó la fantasía, esa que durante dos horas no tuvo límite. Sintió un indicio de ansiedad de la que no podía defenderse. Después, con paso triste, se dirigió a su limitado bufete. Y allí lo encontró la ex-mujer el día que no acudió a recoger su hijo. El teléfono seguía sonando, y él, enterrado entre expedientes yacía sobre el escritorio presidido por la foto de su boda. Tenía una bola roja encajada en la nariz.

 

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