El socio

Rubén Gozalo Ledesma · Salamanca 

Me encontraba en la sala de espera del bufete viendo la lluvia caer a través de los cristales. En la acera, una mujer mayor caminaba despacio como una tortuga entre la jungla de coches. Estaba nervioso, tanto que ni siquiera reparé en que llevaba un calcetín de cada color. Aquella llamada sólo podía significar una cosa. Al fin me harían socio de la firma de abogados. Después de siete años trabajando catorce horas al día, sin pensar en otra cosa que en litigios, leyes, jueces y estrategias, mi esfuerzo había dado sus frutos. Cuando entré en el despacho del jefe busqué en su rostro algún indicio que confirmara mis sospechas. Su risa triunfal me indicó que lo había conseguido. —López, su último alegato en el juicio nos ha convencido. Usted no es el hombre que esta firma necesita.

 

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