Alegatus interruptus

José María Rodríguez Gutiérrez · Sevilla 

Mientras preparaba su alegato, el letrado recibió una llamada de la policía. No la entendió bien. Su cliente había muerto por algo relacionado con la lluvia, el viento y una tortuga. Confuso, tomó un taxi hasta la escena del crimen. ¿Pero había crimen? Nada había dicho al respecto el agente y, sin embargo, era imposible que la policía considerase casualidad que un importante narcotraficante muriese dos días antes del juicio. ¿No había indicios de delito? ¿Creían realmente que lo había matado una inocente tortuga, tan inofensiva como un calcetín mojado? No lograba encajar las piezas del rompecabezas. Impaciente por saber, abordó al policía que acordonaba la zona. – ¿Cómo es posible? –preguntó- normalmente las tortugas no matan a las personas. – Claro –respondió el agente-, normalmente no son de piedra ni caen desde diez metros de altura. En el suelo, hecha añicos, la gárgola yacía junto al infortunado cadáver.

 

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