La vida misma

Begoña Gutiérrez Torre · Oviedo 

Repasaba mentalmente su agenda mientras empujaba con todas sus fuerzas. Prefería mil veces sentarse en estrados y defender lo que fuera, que permanecer en esa postura imposible, inerte de cintura para abajo. Hace años había abandonado el conocido bufete en el que trabajaba para establecerse por su cuenta. Había participado activamente en movimientos por la igualdad; de aquello sólo quedaban tres o cuatro panfletos incendiarios de los que había sido autora. Oyó lejana la voz del ginecólogo: “-Es un niño.” “-¿Está bien?” Perfecto. Aún le restaban dos días de plazo para recurrir la última resolución de aquel divorcio que la traía de cabeza, tenía que hacer la compra semanal y recoger a su hijo mayor que había dejado al cuidado de su madre, ¡ah! Y el día veinte debía liquidar los impuestos. Por cierto, ¿dónde se habría metido su marido? No había podido localizarlo. Seguramente, como casi siempre, estaría reunido.

 

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