Ebrio

Rubén Gozalo Ledesma · Salamanca 

Regresé ebrio de la vendimia. Con suma dificultad, alcancé la habitación y para mi sorpresa descubrí a mi santa esposa en la cama con otro. Me extrañó porque mi señora era tan desconfiada que no dejaba entrar por la puerta ni al Espíritu Santo. Ella empezó a excusarse: no es lo que parece, ni siquiera sé cómo ha llegado hasta el dormitorio. Como todo me daba vueltas, les dije que me hiciesen un hueco y luego, si querían, continuaran jugando a los médicos. Dormí durante horas. Al abrir los ojos, reparé en la total oscuridad y en el dolor que tenía en la nuca. Era como si me hubiesen golpeado con un teclado o con un globo terráqueo. —¿Has cerrado el ataúd? Pues cava—oí que decía mi mujer a su amante—. Así evito denuncias y litigios por la custodia de los niños. ¡Que se joda ese borracho!

 

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