Belén Basarán Conde

Microrrelatos publicados

  • ENREDADOS EN EL VIENTO

    —Tiene la palabra para conclusiones.

    —Gracias, Señoría, pero –con su venia– omitiré mi argumentario remitiéndome a los puntos correlativos que constan en la demanda porque, la verdad, la razón que me trae aquí es ajena a ella: he debido litigar en todos los partidos judiciales hasta dar con usted.

    El abogado hizo una pausa y la magistrada lo miró sorprendida e interrogante.

    —Llámeme mentecato si quiere o expúlseme de su sala si la ofendo, que la abandonaré con premura, pero no he podido olvidarla.

    —Letrado… —Iba a reprenderle con dureza cuando aquél puso algo sobre el estrado que ella reconoció inmediatamente.

    —Éramos compañeros de Facultad y me bordaste esta cinta tras una ronda con mi Tuna y pasar la noche juntos, pero no volvimos a vernos. Quizá no sea tarde para…

    La jueza abrió un Código Civil y sacó un clavel de entre sus hojas.

    —¡FERNANDO! Se suspende la vista.

    | Abril 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 15

  • FRÍO MUNDO

    Lo descubrieron por la mañana, al magro resguardo de un portal, cuando aún no había levantado la niebla y las temperaturas eran tan negativas como su patrimonio. Las caras sonrientes impresas en los cartones de las cajas de aperitivos y piruletas que constituían su manta añadían mayor horror a la escena.

    La concurrencia –en su mayoría desahuciados que poblaban la zona– se mantuvo en respetuoso silencio mientras el forense comprobaba la falta de transparencia de sus ojos y certificaba la muerte.

    —Me suena su cara —señaló la juez que acudió a levantar el cadáver.

    —¡Por Dios! Es…

    —Javier, nuestro abogado. —Acabó la frase uno de los presentes—. Lo vendió todo para ayudarnos y terminó aquí, con nosotros.

    No pasó de un breve titular en la prensa local, pero cada día decenas de personas se acuerdan de actualizar las incontables flores sobre su tumba. Son silvestres, porque no pueden comprarlas.

    | Marzo 2017
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 17

  • SÍMBOLOS

    Recuerdo que sus primeros tatuajes fueron unas grecas en las muñecas que semejaban puñetas de toga. Acabábamos de empezar a estudiar Derecho. Creíamos en la Justicia y nada hacía presagiar su futuro infortunio, el presente.

    Hoy acudo a visitarlo con noticias. Vacío mis bolsillos en la cesta, atravieso el arco detector de metales y me dirijo a la sala de entrevistas. Ya me espera con una sonrisa, esperanzado e inmune a otra decepción, preguntándome con la mirada.

    —¡Por fin! Eres inocente. Y libre —le anuncio sacudiendo en el aire la sentencia de casación—. Lo siento por estos meses…

    —Chsss. —Me silencia con un abrazo y me mira a los ojos—: Con un buen abogado la verdad no tiene fecha de caducidad y acaba prevaleciendo, aunque hasta entonces el proceso sea un poco indigesto.

    Al separarnos miro sus brazos y reparo en algo nuevo: una balanza y un búho.

    | Enero 2017
     Participante
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  • LA CIUDAD NO ES PARA MÍ

    Internet llega a mi pueblo a duras penas, como si no le apeteciese, y para colmo la tarifa es desproporcionadamente alta. Además, para poder llegar puntual a los juicios tengo que madrugar como un panadero y hacer kilómetros por carreteras que dan lástima.

    Pero me resisto a trasladarme a la ciudad por muchas ventajas que ofrezca. No necesito el ruido, la contaminación ni los miles de potenciales clientes con sus complejos conflictos urbanos. Me bastan los problemas de mis vecinos, un par de aparatos electrónicos y mi moto para vivir y disfrutar del trabajo.

    Y no hay nada comparable con pasear a diario, tras salir del despacho, respirando aire limpio, a lo sumo aromatizado con las especias de las comidas que se cocinan en las casas, y conversando despreocupadamente con la gente sobre cualquier cosa menos los asuntos que les llevo.

    Me quedo aquí. Soy abogado rural y soy feliz.

    | Septiembre 2016
     Participante
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  • PALABRAS DE ESPERANZA

    Ahmed terminó de orar con las manos extendidas bajo sus ojos, miró fugazmente a los lados y echó a correr hacia la alambrada. Atrás quedaban kilómetros de mar y desierto y en sólo unos pocos pasos también podría dejar en el olvido el hambre y la guerra.

    Los escasos supervivientes de la agónica travesía treparon desesperados con Ahmed al frente, haciendo caso omiso de las advertencias que les llegaban desde los megáfonos.

    Al caer del otro lado, exhaustos, fueron apresados y conducidos a un edificio próximo. «Campo de Refugiados» rezaba un cartel en su fachada, aunque Ahmed no comprendía el idioma en que estaba escrito. Allí fue atendido por un médico y recibió agua y comida. La esperanza brotó en su interior.

    No podría decir cuánto tiempo pasó recluido, pero nunca olvidaría el momento en que abandonó el lugar acompañado de aquel joven. Fue la primera palabra que aprendió: «abogado».

    | Junio 2016
     Participante
     Votos recibidos por la Comunidad: 6