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José Luis Barros Justo 

Para empezar, no entendía por qué aquel recluso, con amplia carrera criminal, había solicitado una entrevista con él, un abogado laboralista, joven e inexperto. Lo miró a través del grueso cristal, estudiándolo, antes de levantar el teléfono y hacerle señas para que hiciese lo propio. Parecía un animal acorralado y nervioso. Aun así, le relató con calma, concienzudamente, todos sus crímenes, y las sensaciones, dulces y relajantes, que cada cuchillada produjeron en su juvenil psique. Terminó informándole que moriría pronto, y que quería ver su cara por primera y última vez. No dijo nada más, se levantó y regresó a su celda.
Al abandonar el penal fue consciente de un ligero malestar en la boca del estómago, y sospechó que un legado no deseado corría por sus venas.

 

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