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Eva María Algar García 

Mi niño es raro. Es un chico muy especial. En vez de cómics, como leen sus amigos el Julián y el Paco, se entretiene leyendo unos libros repletos de cláusulas y párrafos que no tienen un solo dibujo. Desde pequeñito defiende a las gallinas cuando vamos a sacrificarlas, soltando discursos sobre la barbarie humana y el derecho a la dignidad animal; yo ya hace tiempo que las mato a escondidas. A veces, lo sorprendo hablándole a los manzanos como si fueran miembros de un jurado. Y ahora le ha dado por vestir una gabardina negra, a pesar del calor insoportable, mientras protesta sobre la reforma en la regulación de las granjas agrícolas. Estoy desesperada, esto tiene que finalizar como sea. Si el crío sigue así, mi marido terminará enterándose de que su verdadero padre es el abogado que nos vendió las tierras…

 

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