TACONES LEJANOS
M.Salvador MuñozComo abogado, estoy ante la constatación de que la igualdad entre géneros es una realidad. El juicio estaba presidido por una jueza, mi oponente jurídica era una prestigiosa fiscal, la guinda era el jurado, todo mujeres. Enseguida fui consciente de que era una señal del destino, un signo de libertad, la oportunidad de levantar la barrera a mis miedos, a mi vergüenza.
Al día siguiente me desperté dispuesto a conciliar mi cuerpo con mi alma. Maquillé mi rostro, pinté mis labios de rojo carmín, perfilé mis ojos verde esperanza, me puse una peluca color caoba y, por último, aquel vestido que acariciaba mi cuerpo.
Entré en la sala con mis tacones de doce centímetros martilleando el suelo al compás de mi excitado corazón. Esperaba de la concurrencia el veredicto de que realmente todos somos iguales. Mi defendido no acabó de verlo claro, y su semblante pasó de procesado a convicto.
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Hola, Salvador.
Muy bueno. Con un título que ya nos trae evocaciones de por dónde pueden ir los tiros.
Me parece adorable esta frase: «martilleando el suelo al compás de mi excitado corazón».
Un abrazo y mucha suerte, compañero.
Tus palabras siempre martillean mi ánimo renovando mi autoestima. Muchas gracias por tu comentario, Towanda. Abrazos.
Qué compromiso el del letrado defensor y qué oportunidad para conciliar cuerpo y alma. Lo siento por el defendido. Pero algún daño colateral debía haber… Divertidísimo relato. De todos modos sigo pensando que para ser el primer día debía haber elegido un tacón bajo.
Ja, ja, ja, quizás tengas razón, le hubiera ido mejor un tacón bajo para su estabilidad física, pero los doce centímetros le daban altura emocional. Muchas gracias, Ángel, por tu comentario. Abrazos.
Ya sé que no es lo que toca, pero yo soy una gran defensora de las diferencias.
Muy bueno tu relato, Salvador.
Un abrazo.
Estoy contigo, Margarita, la diferencia es individualidad, y la individualidad es libertad. Muchas gracias por tu comentario. Abrazos.
Jaja. La escena no es tan ficticia. Las mujeres ocupan mayoritariamente los estrados. Y yo también he pensado alguna vez en travestirme en el juzgado por aquello de arrancar empatía a las juzgadoras. Pero no solo habría provocado un cambio de semblante en mi patrocinado, sino a toda la concurrencia femenina, y deseché la idea.
Suerte, Salvador.
Me imagino la escena y no te veo, Manuel, ja, ja, ja. Muchas gracias por tu comentario. Abrazos.
Hola, salvador, poeta.
Genial, simplemente, lisa y llanamente genial. Tienes mi voto con un abrazo muy fuerte.
Tus palabras siempre son un empujón de moral para seguir escribiendo. Muchas gracias por ello, Eduardo. Abrazos.
A tu esforzado protagonista hay que reconocerle la voluntad de querer agradar, el aplicar de forma estricta el refrán «donde fueres, haz lo que vieres». No sabemos si logrará ganar puntos ante el juez y el jurado, lo que si parece haber conseguido es la desconfianza de su cliente ante el inesperado transformismo.
Buena historia y bien contada, Salvador
Un abrazo
No estoy convencido de que su nuevo yo haya decantado el juicio a su favor, pero, desde luego, el careo con sus miedos lo ha ganado, ja, ja, ja. Muchas gracias, Ángel, por tu comentario. Abrazos.
Enhorabuena, Salvador!
Desde el sugerente título, pasando por joyitas de frases como: «conciliar mi cuerpo con mi alma», te ha salido un relato que baila entre el sentido y la sensibilidad… me ha encantado!
Te mando mi voto y un fuerte abrazo!
Marta
Igualdad y respeto con un toque final de humor, esa era mi intención. Muchas gracias, Marta, por tus palabras. Abrazos.
Muy bueno.
Muchas gracias, Miguel, por tu comentario. Abrazos.
Un relato soberbio…
Mucha suerte y ahí llevas mi voto.
Muchas gracias por tus palabras, Joaquín. Abrazos.