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M.Salvador Muñoz 

Como abogado, estoy ante la constatación de que la igualdad entre géneros es una realidad. El juicio estaba presidido por una jueza, mi oponente jurídica era una prestigiosa fiscal, la guinda era el jurado, todo mujeres. Enseguida fui consciente de que era una señal del destino, un signo de libertad, la oportunidad de levantar la barrera a mis miedos, a mi vergüenza.
Al día siguiente me desperté dispuesto a conciliar mi cuerpo con mi alma. Maquillé mi rostro, pinté mis labios de rojo carmín, perfilé mis ojos verde esperanza, me puse una peluca color caoba y, por último, aquel vestido que acariciaba mi cuerpo.

Entré en la sala con mis tacones de doce centímetros martilleando el suelo al compás de mi excitado corazón. Esperaba de la concurrencia el veredicto de que realmente todos somos iguales. Mi defendido no acabó de verlo claro, y su semblante pasó de procesado a convicto.

 

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