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Modes Lobato Marcos 

Entró en mi despacho. Se llamaba Ulises. Quería divorciarse.
Su historia era vieja como los pliegues del mundo.
Un matrimonio arrasado por el cáncer de la rutina y, de pronto, unos ojos verdes zarandeando su alma y recordándole que aún estaba vivo.
Por mi parte, no hubo inadmisión: «Ulises, soy el abogado que busca».
Nos dimos la mano. Después me mostró una caja, regalo de ella. Quería dejarla a mi cargo unos días.
Acepté.
No. No voy a testificar. Tuve un fallo, lo sé.
La abrí.
Miles de ultrasonidos llenaron la estancia y bailaron un tango con mi piel.
Y la voz de todas las voces me susurró canciones de hombres valientes que arriesgaron todo por amor.
Al día siguiente salí de casa, entré en una agencia de viajes y compré un billete de ida para el país de las sirenas.

 

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