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LOURDES ASO TORRALBA 

El día que llovieron abogados, el cielo estaba despejado. Caían rápido. Algunos traían las corbatas del revés y los trajes arrugados. Resultó imposible no reparar en la llanura sembrada con expedientes vertidos de sus maletines (muchos bajo secreto de sumario) y en la lucha entre los letrados que, conforme tocaban tierra, se estiraban de los pelos para hacerse con los mejores casos. Ese experimento le había parecido imprescindible al seleccionador de Recursos Humanos de un famoso bufete de abogados. Desde su despacho, provisto de unos prismáticos, observaba la evolución. Había sido buena idea colocarles a todos los candidatos micrófonos para escuchar el careo defendiendo los motivos por los que tenían que seguir con Taulas o Diamantillo. De la guía de abogados especialistas aspirantes, destacó uno, que aún a tientas (perdió las gafas en la caída), había tenido olfato para elegir el único dossier “clasificado”. Por fin tenía sustituto.

 

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