Imagen de perfilJuicios, los justos

Marta Trutxuelo García 

Era el último y tal condición implicaba conseguir un lugar destacado en la posteridad y, por ello, aquel juicio debía desarrollarse en condiciones de seguridad óptimas. La responsabilidad del personal de la sala era máxima: la diversidad cultural y la gran afluencia de participantes, condicionada por la tipología de proceso, hacían asimismo urgente fortalecer las medidas de control. Los cuatro jinetes, como convivientes, se consideraron «burbuja», y se sentaron juntos; Sat & As, recién llegado del Averno, echaba humo por llevar mascarilla; los representantes de las naciones mantenían el metro y medio de distancia, mirándose con recelo. Y en ese momento llegó Él, se sentó en el estrado, se aplicó gel hidroalcohólico en las manos, tomó el martillo y… tosió. Dos pruebas PCR COVID-19 después, todos los asistentes a la vista fueron confinados. «¡Bendita pandemia! Por fin se celebraría el Juicio Final», pensó Pedro, el bedel, mientras cerraba las puertas.

 

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31 comentarios

  • Jajajaja, Marta te has pasado tres calles, porque como mañana sea la fecha elegida, nos vamos a enterar todos de lo que vale una PCR…
    Felicidades por tu relato que tan bien refleja la situación que nos ha tocado vivir.
    Abrazotes desde el averno… (Aquí hace una jartá de caló)

     
  • Marta de mi corazón, ya estás otra vez aquí, qué alegría. Brillante relato de ese merecido Juicio Final que nos acecha, con todos los citados comparecidos en tiempo y forma. Muy buena tu referencia al Ángel Caído y a Él. Estás en plena forma, amiga, rebosas imaginación, como siempre, y una fina ironía que me encanta.
    Un abrazo enorme

     
    1. Nicoláaaas… gracias amigo míoooo!!!
      Como no nos podemos olvidar de este nuevo panorama que nos ha tocado vivir sólo nos queda reirnos de la situación, así que, esto me ha salido…

      Mil gracias, como siempre por tu generoso comentario, agradecida hasta el infinito y mucho más!!!

      Que pases un resto de verano estupendíiismoooo!!!
      Muxu handi bat
      Marta

       
  • Tengo para mí que el maldito virus es obra de Sat & As (quizá mejor Ass); vamos, del Diablo (en versión china). Así que… dejémonos de vacunas y que intervenga San Miguel.

    Gracias por regalarnos otro de tus micros a pesar de ser ya finalista. Alguno va a decir: “Marta, micros, los justos”.

    Mi voto, Martutxu, y un “codacito” (que la cosa del Bicho está mu mala).

     
    1. Gracias, Manuel!!!

      Mira que había pensado poner «Sat & Us»… pero por si alguien no sabe inglés…

      Me apunto el título de «Micros, los justos»… es que tengo debildad por este concurso… ya sé que no me van a premiar más pero, me hace ilusión participar y si me seleccionan, ni te cuento!!!

      Codacito leve pero sincero para ti también, amigo, espero que estés totalmente recuperado!
      Un abrazo
      Marta

       
  • Qué bueno, Marta. Estoy de acuerdo contigo en que hay que reírse de esta situación, porque la alternativa es agobiarse y eso sí que no. Por suerte, la escritura nos permite darle la vuelta a situaciones como esta que nos ha tocado, gracias por ponerle una sonrisa al comienzo de mi día ;)
    Besos y mi voto.

     
  • Hola, amigos:

    Comparto mi versión de una historia que me contaron, pero no conozco su dueño.

    ABOGADOS EN APRIETOS

    El caso no revestía gran dificultad para el juez, los miembros del jurado y los dos abogados. A todas luces era previsible que el caso terminaría con la absolución del acusado, no obstante, debían darle trámite al proceso para cumplir con los requerimientos del aparato legal.

    Para los testigos y el acusado que serían llamados al estrado, así como para los asistentes, comparecer en ese juicio público era una oportunidad para salir del aburrimiento cotidiano de Malagua, un pequeño pueblo incrustado en los Andes.

    Después de la presentación del juez y demás intervinientes, el llamado al orden y las recomendaciones de rigor, el fiscal presentó a doña Amelia su primera testigo, una mujer octogenaria de andar lento. Cuando se acercó al estrado, el policía la tocó con la intención de ayudarla a subir, entonces lo fusiló con la mirada y arqueó las cejas:

    —¡Yo sola me puedo! —dijo por encima de sus lentes gruesos—. Mejor hágase a un lado, ¡y no estorbe!

    Algunas risitas se escucharon por toda la sala. El juez agachó la cabeza y disimuló la risa en un acto de decoro.

    Después de tomarle el juramento a la testigo, el fiscal comenzó su alegato.

    —Señora Saavedra, ¿sabe usted quién soy?

    —¡Por supuesto! —respondió. Hizo una pausa, se acomodó en la silla y prosiguió—: sí, ¡claro que lo conozco, doctor Ochoa! Lo conozco desde que usted era un niño y francamente le digo que resultó ser una gran decepción para sus padres. Siempre miente, cree saber de todo, es muy prepotente, abusivo, engaña a su esposa y lo peor: Manipula a las personas. —Doña Amelia hizo otra pausa, tomó aire y continuó—: Además, usted se cree el mejor de todos cuando en realidad no es nadie —hizo una tercera pausa, clavó sus negros ojos en Ochoa y concluyó—: Claro está que sé quién es usted, ¡sí que lo sé!

    Ochoa sacudió la cabeza, se aclaró la garganta, miró su reloj, sacó su pañuelo para secarse un sudor inexistente de la frente, levantó los ojos sin la menor idea de qué debía decir. De pronto apuntó hacia donde estaba el acusado con su abogado y le preguntó:

    —¿Conoce usted al abogado defensor?

    —Por supuesto —dijo la testigo mirando directamente hacia donde estaba Loaiza. Toda la sala hizo un silencio de muerte—. También conozco al doctor Loaiza desde que era un niño. Es flojo, medio pendejo y tiene un problema con la bebida, no puede tener una relación normal con nadie y es el peor procurador del Estado, sin mencionar que engañó a su esposa con tres mujerzuelas distintas: ¡una de ellas era la esposa suya! ¿Lo recuerda? —sin inmutarse siquiera, continuó—: claro que lo conozco, su mamá tampoco está orgullosa de él.

    Loaiza apretó los dientes y agachó la cabeza. El Juez miró a la anciana, pero ella ya lo miraba fijo y movía la cabeza como si afirmara algo.

    —¡Vengan ahora mismo los dos abogados! —Resopló el juez imperativo. Se inclinó hacia los dos abogados, como si fuera a decirles algún secreto.

    —Si alguno de ustedes dos, par de imbéciles, le pregunta a esta vieja que si me conoce, yo mismo lo dejo sin bolas, cuando salgamos de este recinto.

     
  • Estos tiempos de pandemia que vivimos parecen lo más parecido al anunciado final global, señales para ello no faltan. Mientras esperamos superar ese problema concreto y peliagudo, como otros tantos que amenazan, que no nos falte la imaginación y el buen humor, como las que derrochas en tu relato.
    Un abrazo y suerte, Marta

     
  • Es una maravilla tu relato, Marta.
    Es un Juicio Final muy pintoresco .Ahí no falta ni un alma.
    Además, tiene una burbuja de convivientes, gel hidro-alcohólico, hacen pruebas Covid-19…
    Y cuánto me he reído con lo de los representantes de las naciones, el confinamiento de todos, y lo relajado que sé quedó el «bedel».
    Enhorabuena, tienes mi voto ,y un abrazo.

     
    1. Tarde pero seguro… a contarme o a comentarme, como quieras, bienvenido siempre, Angel!!!

      Efectivamente, Sat & As es colega de profesión (de la tuya, y de la mía cuando se pierde un expediente, je, je…)
      Te paso el contacto del bedel, negará tres veces que me conoce, pero él es así de inseguro; pero sabe guardar muy bien las llaves, en eso tiene una conciencia pétrea…

      Gracias mil, amigo… te echo de menos por estos lares, snif…

      Espero que estés disfrutando del verano!
      Un gran abrazo! Hoy con sol (pero con rebequita, que a estas horas aún…)
      Marta