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Marta Fontán Baselga 

Me encontraba en Asaita, en la región desértica de Afar, en el noreste de Etiopía. No era mi primera misión como cooperante, pero el calor asfixiante y las duras condiciones en las que vivíamos, hacían que todo pareciera imposible.
Las mujeres, extremadamente delgadas y con desnutrición severa, la mayoría, eran mis héroes. Día tras día, encontraban la manera de darles algo que comer a sus hijos.
Alguien, erróneamente, debió sentenciar que era médico. Me quedé helada cuando vi a tantas mujeres agolpadas, con niños famélicos a sus espaldas, esperando pacientemente su turno para que les atendiera. Comprendí que en ausencia de personal sanitario ni local ni extranjero, solo me quedaba tomar dos medidas cautelares: consultar los términos desnutrición y cólera en el glosario del libro de medicina tropical y rezar a todos los dioses de mis nuevos pacientes para no acabar en un juicio.

 

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