Imagen de perfilCUANDO LA UTOPÍA DESAPARECE

Gloria Arcos Lado 

Siempre había admirado a mi padre. Vagaba por la vida con un baúl lleno de utopías y eso a mis ojos le convertía en un ser fascinante.
Cuando defendía a un encausado sacaba a relucir ante el jurado sus sólidos principios, resistentes como el hierro.
Aquella inclemente mañana, en la que apretaba el calor, sucedió algo inaudito.
Al levantarse, el viejo letrado sacó de su neceser la colonia que le había regalado mi madre y se roció antes de mirarme fijamente. Después, muy serio, me explicó que probablemente sería la última vez que acudiría a un juzgado.
El dueño del bufete había contratado a un joven recién licenciado que apuntaba maneras.
Y aunque solo había firmado un contrato temporal, el autor de mis días entendió que su tiempo como defensor de causas perdidas se había acabado.
Ahora su despacho afrontaría, de manera mercantil, una nueva forma de entender la Justicia.

 

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